Este no es un relato de viajes
“al uso” de los que aquí se están presentando. Es más bien un reflejo de “mis”
recuerdos de la época del Ramiro, pero relativo a la temporada en que nos
separábamos al terminar el curso.
Las vacaciones, largas,
estupendas, empezaban a finales de Mayo (al menos para los que teníamos la
suerte de aprobar el curso), y se extendían, por lo menos en mi caso, hasta
entrado Octubre. No consigo recordar si las clases comenzaban algo antes, pero
sí que, en Murcia, más concretamente en Mazarrón, en la casa patriarcal de mis
abuelos, donde pasábamos el verano, esperábamos que mi padre viniera a
recogernos pasado el día de San Francisco de Asís. Hubo años que mi hermano
mayor, para no quedarse “solo”, sin compañeros de juegos, iba allí unos días a
la escuela con sus amigos, pues para éstos ya habían empezado las clases. Yo
más pequeño, prefería quedarme en casa y recibir los mimos de los abuelos…..
Los viajes entonces (época de la
preparatoria y algunos años del insti), no eran tan sencillos como ahora, y “el
operativo” de ir de viaje una familia con 3 hijos, en tren, requería una
cuidadosa preparación y una buena organización.
Fotos
“robadas” a José Luis González Quirós…, (para los amantes del ferrocarril, os
animo a visitar sus fotos de trenes) Allí dice que la de esta foto se trata de una Mikado
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Primero el equipaje. No había que
trasportar nada inservible, ni escatimar en lo necesario, pues pasábamos allí
todo el verano. Mis padres se convertían en artistas en meter en el reducido
espacio de una, o, a lo sumo, dos maletas y algún bolso todo lo necesario,
incluyendo algún detalle para los abuelos, que durante cuatro meses nos iban a
dar cobijo.
Luego las viandas. Tres “fieras”,
a modo de pajaritos hambrientos, no se iban a conformar con cualquier bocado
para pasar toda una noche de tren. Y además de la cena era necesario llevar el
desayuno….. Fiambreras, termos, cubiertos y demás se añadían a la impedimenta.
Por último el acomodo. La
elección de un viaje nocturno, con billete de “segunda” (pues la “tercera”
debía ser bastante incómoda), en el tren “correo”, con parada en todas las
estaciones, por pequeñas que fuesen, además de ser más económico que los
“rápidos” diurnos, respondía a una calculada intención para que los chiquillos
pudiésemos dejar de dar guerra al menos un rato durante la noche. Mi padre se
ingenió un artilugio articulado plegable, que a modo de somier, permitía
enlazar las dos bancadas del departamento del tren, de forma que entre las dos
plazas del fondo (las situadas junto a la ventanilla) y con el “añadido”
intermedio cubierto con una especie de colchón, nos quedaba “una cama para los
chiquillos” de lo más cómodo. Eso permitía que si bien no llegábamos a dormir
todo el viaje, sí que dejáramos de incordiar. Recuerdo que para ese trance nos
equipaban hasta con pijama…. (lo de “…y
orinal”, que podría añadir Cela, no forma parte de mis recuerdos…..).
Con toda la impedimenta a cuestas
tomábamos un taxi para llegar a la estación de Atocha, que quedaba bastante
cerca. Allí un mozo, con su carretilla, ayudaba al transporte de los bultos….,
hasta el vagón, y en muchas ocasiones únicamente hasta el andén porque mi
padre, previsor él, salía de casa con tiempo suficiente, y quizás demasiada
antelación, de manera que en bastantes casos “aún no habían puesto el tren”, es
decir la vía “correspondiente” todavía estaba vacía, pues aún no había llegado
la máquina con sus vagones. Y eso que, a la par que los billetes, “se sacaba
reserva” para conseguir esas plazas que le permitieran “montar la cama”. La
“reserva”, (especifico para los más olvidadizos, o los que en aquella época no
disfrutaran del viajar en tren), consistía en un pequeño papelillo, que situado
sobre el correspondiente asiento (en una especie de “cajetín” que lo
aprisionaba), identificaba “esa plaza” como destinada al poseedor del
pertinente “billete”.
Al llegar a Murcia, a las 7 de la
mañana, y después de más de 8 o 9 horas de tren, nos esperaba en la estación un
taxi de Mazarrón, que nos llevaba por unas polvorientas carreteras hasta el
deseado destino.
Del viaje en tren recuerdo en la
casi oscuridad nocturna del departamento, los martillazos que, en las ruedas,
daban los operarios de RENFE cuando el tren realizaba paradas, al objeto de
detectar, por el sonido, posibles calentamientos de ruedas o eje.
Recuerdo, quizás por ser anécdota
familiar mil veces repetida, que siendo bien pequeño, en la edad de aprender a
leer de corrido, me animaban a leer los rótulos de las estaciones y apeaderos,
cosa que debía hacer, a modo de pregonero, al reducir la velocidad el tren y
antes de su completa detención, y al llegar a Villacañas, leí “Villa coños”,
con gran alborozo de los presentes….
Recuerdo el voceo de los
aguadores: “Agua fresca de Agramón”
(la del vagón de tren no debía ser “muy potable”), y el paso de los botijos a
través de las ventanillas del pasillo a cambio de unas monedas.
Recuerdo las paradas de mayor
duración, en las que algunos viajeros aprovechaban para acudir a la cantina de
la estación, y la inquietud de los familiares al verlos volver corriendo hacia
el tren, cuando se oía el silbato del “factor” y éste levantaba la banderola
roja enrollada.
Recuerdo a muchos viajeros sin
asiento, haciendo el viaje en los pasillos, acodados en las barras de las
ventanas, o sentados en pesadas maletas.
Recuerdo a los “entendidos”, que
ante un excesivo retraso en alguna parada, lo achacaban al “mercancías” que
venía en sentido contrario.
Recuerdo el fuerte ruido que
“salía” al abrir la tapa del water, y el miedo que “daba sentarse” …., y el
cartel avisador “no está permitido
utilizarlo en las paradas”.
Recuerdo la marcha atrás en
Chinchilla, (donde se separaban los vagones que iban para Alicante de los que
iban para Murcia, y a éstos últimos los arrastraba otra máquina, situada a
cola, en sentido contrario al que hasta entonces habíamos llevado). Y me acuerdo
que al avanzar “hacia atrás”, se producían chanzas con las que los mayores,
pretendían hacernos creer que “volvíamos para Madrid”. Recuerdo que ya próximos
a Murcia, nos levantaban para “recoger la cama” y nos decían que las últimas
paradas eran Las Torres de Cotillas y Alcantarilla, a lo que los críos
añadíamos “…y doña Paca Cotilla”, personaje del TBO.
Recuerdo la carbonilla que
entraba por la ventanilla e inevitablemente iba directa al ojo.
Y recuerdo el mirar por la
ventanilla en las curvas para lograr ver la locomotora con su imponente penacho
de humo….
Otra
Mikado ¿o es la misma? No se si estas eran del tipo de las que nos llevaban a
Murcia, pero por la bocanada de humo podrían ser….. Aún recuerdo la carbonilla
en los ojos…..
Como, lamentablemente, de estos
viajes no se conservan fotos, para ilustrar este relato me he permitido sacar
algunas de Internet (fuente actual de muchos saberes…..), y utilizar las que he
“obtenido” del compañero José Luis González Quirós, por lo que se ve amante y
conocedor de los entresijos de los trenes. El dirá si se corresponden con la
época….
No hay nadie, Paco, que no se sienta identificado con esta forma de viajar. En mi caso es una foto de lo que nos ocurría cada verano cuando íbamos a Avilés. Hasta nos tenían que bañar cuando llegábamos porque éramos negritos, particularmente la cara que se ponía de hollín como un tizón. Buenísimo recuerdo. Abzs.
ResponderEliminarPaco:
ResponderEliminar¡Qué recuerdos de mi niñez y adolescencia!, yo también iba los veranos a la casa de mi padre en Cetina. Es un pueblo cercano al Monasterio de Piedra de la provincia de Zaragoza con un desarrollo muy inferior al de Mazarrón en aquella época..
Era el pequeño de 5 hermanos 4 chicos (todos alumnos del Ramiro) y 1 chica (alumna de las teresianas de Españoleto), también mi padre tenía el síndrome de perder el tren y amanecíamos en Atocha una hora antes de salir el correo Madrid-Zaragoza. Antes cargábamos en un ómnibus un par de baúles, innumerables maletas y un colchón que mi madre utilizaba para camuflar productos alimenticios que en aquella época (cartillas de racionamiento), la Comisaría de Abastecimiento y Transportes prohibía su libre circulación.
Al pasar por Cibeles divisábamos y olíamos una caravana de carros de basureros que rodeaban la plaza camino de Rivas-Vaciamadrid. Los niños iban en el volquete pisando la basura recogida.
A las 8, después de la facturación de parte de los bultos, arrancaba el Correo. Desde las ventanillas se descubría las chabolas de Entrevías, Vallecas y Villaverde. Al llegar a Alcalá de Henares parada de media hora, venta de gaseosas y almendras garrapiñadas. Jadraque, otra larga parada. Torralba, la duración de la parada era imprevisible. En este punto el correo dirección Zaragoza tenía que enganchar los vagones del correo que venía de Pamplona dirección Zaragoza. La espera se alegraba con la compra de mantequilla de Soria, dulce y de colores. Total 9 horas, si no había un imprevisto, para un trayecto de 200 Kms..
La llegada al pueblo me recuerda a la llegada al suyo, de Lampedusa en la película “El Gatopardo”.
Ahora la estación de Cetina no existe.
Cerdán