En el año 1.972 participé en los
Juegos Olímpicos de Munich. No habíamos ganado todavía la plaza para tal
competición porque las dos plazas europeas las habían conseguido Yugoslavia y la
U.R.S.S. en los Campeonatos de Europa del 71. Se celebraron dos preolímpicos abiertos,
torneos a los que podía acudir cualquier país que lo deseara para obtener dos
plazas más en cada uno. En el preolímpico de Groningen (Holanda) ganaron la
plaza otros dos países europeos, Italia y Checoslovaquia, y en el último que se
celebró, inmediatamente antes de los juegos, en Augsburgo, ganaron su
participación Polonia y España. Esto nos da idea del nivel que por aquel
entonces teníamos. No éramos ni de lejos los dominadores de Europa que
actualmente somos, sino unos “forçados” que estábamos situados en la mitad de
la tabla europea. Hasta el 73 no llegaría nuestra famosa medalla de plata en
los Campeonatos de Europa, que fue el comienzo del ascenso de nuestro basket.
De modo que a Augsburgo que nos
vamos llenos de ilusión. Ya había participado en el 68 en México, pero la
ilusión no decrece cuando de unos Juegos se trata. Os puedo asegurar que, como
en la mayoría de mis viajes deportivos, de la ciudad no conocí apenas nada.
Recuerdo que había una base americana importante, porque venían a vernos
algunos soldados de origen latinoamericano, los cuales nos facilitaron comprar
en el famoso PX, almacén de ropa de los soldados. Por aquel entonces me
encantaban las camisas americanas marca Arrow, con dos botones en el cuello.
Quedamos segundos, empatados a puntos con Polonia y a Munich que nos fuimos un
día más tarde.
Aquí si pude moverme algo más por
la ciudad, pero más que del viaje en si, quiero hablaros de las terribles emociones
sufridas en esa ocasión.
La primera, deportiva, siempre
referida por todo atleta que participa en unos Juegos, es el desfile inaugural.
Os he destacado en la foto siguiente al abanderado, Paco Fernández Ochoa, quien
venía de ganar la primera medalla de oro olímpica española en Sapporo en los
pasados Juegos de Invierno, a Don Anselmo López, Jefe de la Delegación
española, gran amante del basket y del Estudiantes y responsable de que nuestro
equipo no descendiera a 2ª división un año que no teníamos dinero y que él se
encargo de poner a disposición de la Junta Gestora que se formó con él y los
directivos del Estu. Un gran hombre del deporte. Y los otros señalizados somos
algunos de los jugadores de aquel equipo.
La otra emoción destacable que
viví, por nefasta y dolorosa, fue el atentado terrorista perpetrado por los
fedayines, dirigidos entonces por Yaser Arafat (no participó directamente en
el atentado) y que después sería galardonado con un Nobel de la Paz, contra
los atletas israelitas.
Vivíamos justo enfrente del
edificio de los halteras hebreos y desde nuestra balconada se veía
perfectamente el edificio en el que entraron los terroristas.
En el momento de los hechos no
tuvimos conciencia de lo que allí estaba ocurriendo, pero al ver la entrada de
tanquetas en la Villa Olímpica fuimos conscientes de que sucedía algo muy grave.
La dirección de los Juegos convocó a todos los Jefes de Delegación y se
prohibió la salida de los atletas de sus edificios. Antes de tal prohibición
recuerdo que cogí mi cámara y me fui a ver qué ocurría. La siguientes fotos
corresponden a la entrada de los vehículos armados y a la puerta posterior de
la Villa donde se arremolinaban periodistas y atletas perfectamente
documentados a los que se les impedía la entrada.
Recibimos la noticia de lo que
finalmente había sucedido, se suspendieron los juegos durante esa tarde y el
siguiente día, y no se reanudaron sino tras celebrar una monumental misa por las
almas de raptores y raptados, que no habían sobrevivido al ataque del ejército
durante el enfrentamiento en el aeropuerto. Esos detalles ya los conoceis, y
probablemente habréis visto la película que rememora los hechos.
La despedida de los Juegos de
México había sido emocionante y divertida, las inauguraciones de ambos Juegos
igualmente emotivas, pero nada comparado a la misa celebrada en el por entonces
arquitectónicamente grandioso Estadio Olímpico de Munich. Cuando se reiniciaron
los Juegos nada volvió a ser lo mismo. Todos conmocionados y sin poder evitar
hablar de lo sucedido. Y un recuerdo imborrable para mi. Creo que todos los
atletas de todas las nacionalidades pasamos por el edificio de los israelíes.
Allí comenzó la liturgia de depositar fotos, objetos, escritos, etc, que ahora
estamos acostumbrados a ver en los lugares donde se producen atentados.
Aquel fue mi primer encuentro
directo con el terrorismo internacional, con esos pocos 25 años que aún no me
habían hecho madurar lo suficiente como para entender aquella barbarie. Vaya
este escrito también en memoria de nuestro querido compañero Jesús Cuesta.
¿Recibísteis alguna consigna política? ¿Alguna recomendación de callaros? Lo digo porque en tiempos de nuestro glorioso caudillo seguíamos sin tener relaciones con Israel (a Paco la conspiración judeo-masónica le traía a mal traer), mientras que nuestras gloriosas relaciones con el mundo árabe eran la envidia del planeta, o eso decían 'Arriba', 'Ya' y 'Pueblo' (qué lejanos suenan esos nombres, ¿verdad?)
ResponderEliminarAlfonso
Afortunadamente no recibí, ni recibimos en la Delegación Española, consigna política alguna en los tiempos en que competí. Y visité por aquel entonces todos los paises del telón en Europa más Cuba y China como baluartes del comunismo extraeuropeo.
ResponderEliminarPero puedo relataros una escena que si conllevó una reprimenda del gobierno al Presidente Bernabeu.
Jugábamos en Tel Aviv contra el Maccabi en la temporada 69-70. Formados los dos equipos alineados en el centro de la cancha ( y por debajo de la primera fila en la fila cero al borde la misma repleta de soldados malheridos y en silla de ruedas, la escena es imborrable) el protocolo organizó una entrada de Moshe Dayan a saludar a ambos equipos. Venían de ganar la batalla de los 6 días y el clamor que acogió su entrada en el campo fué superior a ninguno otro experimentado en una cancha deportiva. Tras saludarnos a todos y darse un baño de multitudes, subió al palco y don Santiasgo, que no había portado ningún regalo para Dayan (no debía saber que iba a ir) se quitó su insignia de oro y brillantes de su propia solapa y se la ofreció al General Dayan.
Cuando regresamos, nosotros no enteramos más tarde, recibió alguna reprimenda del gobierno en la persona del entonces responsable del Deporte, el Ministro Secretario del Movimiento.
¿Estás seguro de que fue en la temporada 69-70? Es que la Guerra de los seis días se celebró en la primera decena de junio del 67. Por lo demás, y por muy mal que me cayera Bernabeu, hizo lo que había que hacer. Los hombres con sentido de la diplomacia hacen las cosas así. Es justo lo contrario que quedarse sentado cuando pasa por delante, en un desfile, la bandera de otro país.
EliminarVicente, nunca me habias contado tu experiencia en los Juegos Olimpicos de Munich en el 72, ya veo que la misma no fue nada agradable.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gustavo